Tras una aburrida jornada laboral en un seguro puesto de funcionario, buscar una vía de escape en el sexo es una de las derivas factibles. Follar en parkings públicos, mantener sexo con desconocidos, observar furtivamente escenas sexuales ajenas son algunas de las rutinas diarias de Jeremy Shepard. La isla de los perros es el título de una novela de Daniel Davies, en la que un treintañero y bien pagado editor de una revista para hombres fue presa de una crisis existencial. O sea, ese instante en el que uno no se pregunta con quien va a cenar esa noche, o si va a tomar una copa, sino que ha hecho con su vida. Llegado este momento Jeremy- o Shep, como lo llamarán en los oscuros circuitos que va a recorrer durante todo el relato, optó por una respuesta radical y minimalista. Renunció a su trabajo en Londres y regresó a una oscura ciudad de provincias con sus padres y dónde consiguió un puesto de funcionario. Un trabajo que no le exigía competir y lo alejaba de la “carrera de ratas” por el ascenso social y el prestigio, y dónde puede pasar una parte considerable de su jornada laboral concertando furtivos encuentros para su plan nocturno.
En Londres no pasa nada, la gente vuelve al trabajo y vuelve a casa: eso es todo. Los londinenses están demasiado extenuados para hacer algo extenuante.
No: que le den a Londres. Si lo que quieres es vida, aventuras ocasiones, ven aquí, a la provincia. Ésta es la Inglaterra real, donde vive el noventa por ciento de los ingleses. Aquí es donde hay que estar. Aquí es donde está la marcha.”
Tras su jornada laboral acude a lugares de encuentro de dogging, donde los presentes burlan las cámaras de seguridad que pueblan el país, e intentan vivir “la democracia del sexo”. Lugares de escape donde Shep se desliza como un experto, donde tiene lugar su vida real, al margen de la vida visible y diurna de la que ha decidido escapar. Donde ocurren lejos de las convenciones, hechos que podrían fragmentar el status quo de la vida social.
La isla de los perros recorre escenas que podríamos calificar como pornográficas, sexuales en el sentido más carnal de la palabra, las descripciones que hace Davies de los encuentros hacen al lector sentir el calor y el aliento de los personajes. La escritura es material, la materialidad y pulsión del lenguaje sobrepasa el ámbito de la lectura y crea en el espectador una cualidad de asistente. A diferencia de la novela La vida sexual de Catherine Milletde la propia Millet (de temática similar), que hace sentir al lector como un voyeaur, un simple curioso en una vida ajena bulliciosa y libertina, Davies nos hace sentir en todo momento actores participantes y sentir de un modo corpóreo y tangible la presencia de los hechos.
En mi opinión, al margen de la temática evidente de la novela, podemos entrever algunas de las problemáticas que nos introduce Davies. Por un lado el rechazo de la competitividad y convulsión habituales del modo de vida capitalista, evadiendo al personaje desde el inicio de la novela de lo que podríamos asumir como una vida “correcta” y un camino “normal”. Una disidencia que no sólo es practicada por el personaje principal en cuestiones de prácticas sexuales, sino negándose a querer escalar en su trabajo cuando le es propuesto un ascenso, acudiendo a restaurantes y comercios vacíos al borde de la quiebra, lejos de la masa habitual de compradores o evadiéndose siempre de los centros y escogiendo la periferia. Por otro lado la hipervigilancia planteada, casi de forma omnipresente en la novela, como un Big Brother continuo que no cesa, hace presente la idea del continuo estado de control y de la dificultad de encontrar grietas y espacios permeables para la disidencia y la utopía, que a mi juicio es representada mediante la alegoría de este tipo de prácticas sexuales que componen el relato. Lejos de ser exclusivamente una novela de contenidos sexuales, es a mi juicio el retrato de un ingenuo disidente.
En fin, al leer esta novela, más que recomendable, recordé por casualidad una exposición que tuvo lugar en Madrid en 2008, bajo el titulo Aptitud Para Las Armas, en la Sala Amadis. Una de las obras que más llamó mi atención era Subfilum Spermopsida, una serie de fotografías de paisajes, bastante anodinos, donde parecía no ocurrir nada. Este proyecto de Juan Carlos Martinez pretendía la expedición y la clasificación de las especies vegetales que son acometidas como refugios de encuentros sexuales esporádicos al aire libre. La botánica, para Martinez, era una pertinente excusa para catalogar, no sólo las especies de plantas, sino las prácticas tan invisibles e inclasificables que tenían lugar en torno a ellas. Una pieza que hoy y tras la lectura de la novela de Davis, hace tornarse a esos espacios aparentemente insulsos, en espacios cargados de toda una serie de connotaciones críticas, que permiten cuestionar múltiples aspectos del aparente consenso establecido.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]