Es llamativo que la sola aparición de la imagen de una hoz y un martillo, un puño en alto o una bandera roja se tomen como representaciones unívocas e identificables del enemigo; si ésta azarosa asociación ocurre en el terreno del arte, peor.
Esto es lo que acaba de ocurrir con unas pinturas de la Asociación de Artistas Populares de Sarhua, en Ayacucho (Perú), que el pasado mes de diciembre llegaron al Museo de Arte de Lima (MALI) a través de una donación desde Estados Unidos.
Las obras recrean una serie de episodios violentos vividos por la comunidad de Sarhua. A su llegada la DIRCOTE (La Dirección contra el Terrorismo de la Policía) retuvo e inmovilizó las piezas por acusarlas de enaltecimiento de terrorismo viendo algunas de las imágenes que aparecían en las escenas. Finalmente, tras un debate de dimensiones nacionales en el Perú y una considerable polémica, las autoridades entregaron las piezas al MALI para integrarse a su colección y asegurar su preservación como manifestación artística popular y contemporánea.
Creo conveniente poner en contexto tanto las imágenes como los hechos a los que en ellas se aluden, antes de ofrecer una mirada despreocupada de la serie pictórica.
El origen de las tradicionales tablas de Sarhua se desconoce, pero resulta evidente su relación con los frescos de la época colonial, compuestos de imagen/texto, con gran capacidad narrativa. Por otra parte, se las vincula con una tradición popular que se conoce como “las tablas genealógicas familiares”, que se hacían como regalos entre compadres cuando se construían sus casas y que servían para fortalecer la relación de reciprocidad entre ellos. Habitualmente éstas eran ubicadas en lugares privados de las casas, generalmente en las vigas del techo, y representaban a los componentes familiares y su posición.
En los años setenta, un grupo de Sarhuinos que residían en Lima, entre ellos Primitivo Evanán y Víctor Yucra, ambos reconocidos pintores sarhuinos, recibieron el apoyo de dos antropólogos (Salvador Palomino y Víctor Cárdenas) que los animaron a considerar que, a través de arte, podían tener un nuevo oficio en la ciudad y generar un ingreso a la vez que preservaban su tradición pictórica. Es así como comienzan a experimentar con formatos diferentes, puesto que el formato de las tablas largas verticales no era fácil de comprar por el público Limeño.
Posteriormente en los años ochenta, el grupo de artistas se formaliza como Asociación de Artistas Populares de Sarhua (ADAPS) y continúan transformando las tablas para representar costumbres, tradiciones, mitos y también conflictos. Su objetivo principal era la revalorización de su cultura andina. Es en este momento cuando pintan la serie Piraq Causa (cuya traducción es: ¿Quién es el culpable? o ¿Quién es el causante?) sobre la violencia política que había tenido lugar en el país, y en la que ellos, a través de sus pinturas, focalizan en representan representando al pueblo de Sarhua.
Como es sabido, en la década de los ochenta el surgimiento del grupo Sendero Luminoso y su enfrentamiento con el estado y sus fuerzas de seguridad provocó una década en la que se desató un conflicto armado en el país. En este contexto los artistas populares de Sarhua, usaron el arte para representar aquellos eventos traumáticos que estaban sucediendo en su comunidad.
Un dato que resulta llamativo al contrastar diversas informaciones sobre las pinturas fue que inicialmente tan sólo realizaron cinco pinturas, pero posteriormente desarrollaron la serie completa de Piraq Causa a raíz del interés de un periodista suizo, Peter Gaupp, que trabajaba para la revista NZZ y que era coleccionista de “arte político”. Fue a través de algunas personas de la Cruz Roja que Gaupp accedió al taller y conoció personalmente a los artistas apoyándolos económicamente para producir la serie completa.
La serie completa se compone de 24 cuadros, y retratan tanto la amenaza que supone la presencia de Sendero Luminoso en el pueblo (en las pinturas se alude a SL como los ONQOY que en Quechua significa enfermedad o plaga), como los asaltos y el terror que imponían las fuerzas militares del estado (Sinchis), así como las vivencias, toma de decisiones, miedos y experiencias de la comunidad.
Las 24 tablas se terminan en el año 92, año en que se detienen a los más importantes representantes de Sendero Luminoso. Los cuadros salen del país porque en ese momento se tenía miedo de lo que estaba ocurriendo y de que pudieran ser injustamente acusados tanto por un bando, como por el otro.
Posteriormente, y después de más de dos décadas fuera del país, en 2017, comienzan las gestiones para que las pinturas puedan regresar al país. En un primer momento, se piensa en el recién inaugurado LUM (Espacio de conmemoración pedagógico y cultural, que alberga la historia de violencia ocurrida en el Perú) como el sitio más idóneo, como querían también los autores, pero debido a que el LUM no reunía las condiciones, fue el MALI el que finalmente asumió su recuperación, y de este modo, a finales de 2017 las obras vuelven a Perú.
Lejos de practicar la “apología del terrorismo”, como la delirante mirada de las autoridades pretendía acusarlas, las obras en poder del MALI constituyen un notable ejercicio de memoria, en todo caso de una memoria que parece que no conviene a ninguna de las partes. Una memoria donde las ideologías fácilmente encasillables, en este caso, no son representativas de una comunidad diversa y desprotegida.
Las pinturas, subjetivas de cualquier manera, tienen, a mi modo de ver, el interés precisamente en esa subjetividad, en ese extrañamiento y falta de encaje tanto con la historia oficial, como con la de su antagonista. Es precisamente en esa amalgama de grises, y no de blancos o negros, donde Piraq Causa muestra, como la vida misma, como el arte, una inabarcable mixtura de vivencias y experiencias.
Para terminar comparto la serie de pinturas (y la transcripción de los textos que incorporan) y dejo al propio lector/espectador, que sea el mismo, el que recomponga su propia mirada y lectura de la serie mencionada, esperando que lo apuntado no interfiera en las, ya de por sí, narrativas obras.